Pero, quizás, un día, 
antes de que la tierra se canse de atraernos 
y brindarnos su seno, 
el cerebro les sirva para sentirse humanos, 
ser hombres, 
ser mujeres, 
-no cajas de caudales, 
ni perchas desoladas-, 
someter a las ruedas, 
impedir que nos maten, 
comprobar que la vida se arranca y despedaza 
los chalecos de fuerza de todos los sistemas; 
y descubrir, de nuevo, que todas las riquezas 
se encuentran en nosotros y no bajo la tierra

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